Feminismo en los partidos y mujeres excusa
ELMERCURIODIGITAL 15.12.11
OPINIÓN de Beatriz Gimeno
Lo peor del trato que dentro de los partidos políticos se da a las mujeres feministas y a sus reivindicaciones o exigencias no es que se nieguen. En realidad, si fuera así, sería más fácil. Si nos encontráramos con que un sector del partido no está de acuerdo con algunas –o con muchas- cuestiones feministas, por ejemplo, las cuotas o determinadas leyes, y si esta oposición fuese razonada y política, tendríamos la posibilidad de organizarnos políticamente en contra de la misma y, política y democráticamente, revertirla o, al menos, trabajar para hacerlo.
Pero, por lo que he visto, en mis últimas experiencias en partidos políticos, no es eso lo que ocurre, es mucho más complejo. Dentro de la izquierda nadie, o casi nadie, se atreve ya a mantener posiciones claramente antifeministas porque, afortunadamente, éstas han pasado a formar parte del acervo común del ser progresista y al menos públicamente, nadie se declara antifeminista. Sin embargo, ser feminista dentro de un partido sigue siendo insoportable, otra cosa es lo que se transmite fuera. Lo peor de ser feminista reivindicativa en un partido político es la manera en que te tratan.
Si estás en el partido como mujer no feminista puede que no notes de una manera evidente diferencia en el trato. Va a haber diferencia en cuanto a las oportunidades de ocupar un puesto de verdadero poder, desde luego. Cuando hay poco poder a repartir ellos se matan por conseguirlo y lo primero que se hace es expulsar a las mujeres de la competición. Ahí no hay apenas diferencias entre ellos, cuando la fratría masculina se pone en marcha nos echa sin contemplaciones. Si no se trata de verdadero poder, sino sólo de trabajo o influencia, o de un poder moderado, entonces te admiten. Hay que trabajar más y mejor que ellos, pero sí lo haces puede que te traten con respeto o que te escuchen. Es tu trabajo lo que respetan. Tontos no son.
Pero sí estás en el partido como feminista y pretendes que ese sea tu principal campo de actuación política, si estás recordando en cada momento lo que significa el feminismo, si te peleas porque haya mujeres feministas en todos los órganos del partido, en los puestos de poder, si te peleas porque el feminismo tenga su lugar en los programas, en el funcionamiento interno del partido y por que sea una base ideológica sobre la que edificar cualquier política… entonces estas lista. Entonces molestas, y mucho.
Unas de las cosas que antes se percibe cuando se está como feminista en un partido es que por mucho que critiques, que protestes o amenaces, por mucho que te organices como feminista o que trabajes…eso nunca les preocupa, nunca te tienen miedo, lo que en política quiere decir respeto. No te tienen miedo porque el feminismo para ellos no acaba de ser nada muy serio de lo que se tengan que preocupar personal o políticamente -para eso está la fratría masculina en última instancia- Por eso no te tratan nunca como a un adversario político al que puede que un día tengan que enfrentarse en una reunión importante o en un congreso…no. Nunca te ven como a un adversario peligroso capaz de encabezar una corriente, una acción política, capaz de disputarles un puesto de poder…nada de eso. No nos ven peligrosas, sino sólo molestas y como no pueden decirlo claramente el resultado es que te tratan como a una niña tonta.
A las feministas que lo somos y lo demostramos nos tratan en los partidos como si fuéramos niñas pequeñas y pesadas. Tu protestas airada pero razonadamente y ellos te miran sonrientes, te dan la razón como a los tontos, de citan en reuniones inútiles que ellos saben que son inútiles pero que tú te crees las dos primeras veces; te prometen cosas, te hablan bajito y muy despacio, como si no entendieras bien. No osan enfrentarse políticamente a ti y gritarte, como hacen cuando se discute algo político de calado. No, te hablan como armándose de una paciencia comprensiva, te dan largas, te dicen que sí, que mañana; que sí, que pasado mañana. Te ponen la mano encima del hombro y te dicen que hay mucho machismo, que hace falta tiempo. Y finalmente lo peor de todo: cuando ya no pueden aguantarte más y no saben qué excusa darte y cuando ya se han reunido contigo varias veces y ya no quieren reunirse más, entonces te enfrentan a otras mujeres del partido, al sector claramente antifeminista; eso que ellos no pueden permitirse ser ya de manera evidente porque está mal visto, pero que se permite cuando son mujeres la que lo encarnan.
Porque si son mujeres las que encarnan ese antifeminismo primario, ¿quién va a protestar? Las feministas únicamente y aun con reparos. Las mujeres antifemistas conectan con ese antifeminismo que está semioculto pero muy vivo en gran parte de la población masculina (y femenina) pero no tienen oposición, o no mucha. Como ya no se puede no tener mujeres porque está mal visto, pero como tampoco están dispuestos a aceptar de verdad, ni siquiera a escuchar, nuestro discurso político, lo que hacen es promocionar a unas cuantas mujeres cuya característica es que no son feministas, que son antifeministas, para que sean ellas las que nos mantengan a raya y para que les den a ellos la razón en todo. Entonces se produce la siguiente kafkiana situación patriarcal: Las mujeres antifeministas (que, digamos la verdad, no suelen ser las más listas) como sí son conscientes de la fragilidad de su situación, de que están donde están gracias a que no son feministas, se convierten en las más antifeministas de todos.
Ellas son también producto de una particular cuota, aunque sea una cuota oculta y perversa. Saben que disponen de un espacio limitado y que tienen un poder tasado, pero no más y suelen saber también que si el feminismo se institucionaliza en el partido, ellas se quedarán sin ese espacio y ese poder, porque no serán valoradas ya ni como mujer excusa (que es como yo las llamo) ni tampoco como mujer feminista. Eso las hace esforzarse particularmente en su trabajo, acabar en lo posible con el feminismo. Lo que he visto hacer a algunas mujeres antifeministas contra las feministas en mis últimos partidos me ha dejado sin palabras.
Y nosotras, las feministas, por nuestra parte, nos encontramos de nuevo ante una situación imposible pero muy querida por el patriarcado y tremendamente efectiva: al encontrarnos peleándonos entre mujeres, han conseguido sacar la discusión del ámbito de lo importante y ellos se han quitado de enmedio; al mismo tiempo nos han maniatado porque a la hora de denunciar la situación públicamente se nos hace duro denunciar a otras mujeres mientras que ellos parece que no tuvieran nada que ver. A ellos, los que se reunieron contigo, te hablaron, hicieron como que te escuchaban, ya no vuelves a verlos más que alguna vez por el pasillo, y entonces te miran, te dan un golpecito en la espalda, te sonríen y te dicen que no te desanimes, que es que todavía queda mucho machismo.
Lo peor del trato que dentro de los partidos políticos se da a las mujeres feministas y a sus reivindicaciones o exigencias no es que se nieguen. En realidad, si fuera así, sería más fácil. Si nos encontráramos con que un sector del partido no está de acuerdo con algunas –o con muchas- cuestiones feministas, por ejemplo, las cuotas o determinadas leyes, y si esta oposición fuese razonada y política, tendríamos la posibilidad de organizarnos políticamente en contra de la misma y, política y democráticamente, revertirla o, al menos, trabajar para hacerlo.
Pero, por lo que he visto, en mis últimas experiencias en partidos políticos, no es eso lo que ocurre, es mucho más complejo. Dentro de la izquierda nadie, o casi nadie, se atreve ya a mantener posiciones claramente antifeministas porque, afortunadamente, éstas han pasado a formar parte del acervo común del ser progresista y al menos públicamente, nadie se declara antifeminista. Sin embargo, ser feminista dentro de un partido sigue siendo insoportable, otra cosa es lo que se transmite fuera. Lo peor de ser feminista reivindicativa en un partido político es la manera en que te tratan.
Si estás en el partido como mujer no feminista puede que no notes de una manera evidente diferencia en el trato. Va a haber diferencia en cuanto a las oportunidades de ocupar un puesto de verdadero poder, desde luego. Cuando hay poco poder a repartir ellos se matan por conseguirlo y lo primero que se hace es expulsar a las mujeres de la competición. Ahí no hay apenas diferencias entre ellos, cuando la fratría masculina se pone en marcha nos echa sin contemplaciones. Si no se trata de verdadero poder, sino sólo de trabajo o influencia, o de un poder moderado, entonces te admiten. Hay que trabajar más y mejor que ellos, pero sí lo haces puede que te traten con respeto o que te escuchen. Es tu trabajo lo que respetan. Tontos no son.
Pero sí estás en el partido como feminista y pretendes que ese sea tu principal campo de actuación política, si estás recordando en cada momento lo que significa el feminismo, si te peleas porque haya mujeres feministas en todos los órganos del partido, en los puestos de poder, si te peleas porque el feminismo tenga su lugar en los programas, en el funcionamiento interno del partido y por que sea una base ideológica sobre la que edificar cualquier política… entonces estas lista. Entonces molestas, y mucho.
Unas de las cosas que antes se percibe cuando se está como feminista en un partido es que por mucho que critiques, que protestes o amenaces, por mucho que te organices como feminista o que trabajes…eso nunca les preocupa, nunca te tienen miedo, lo que en política quiere decir respeto. No te tienen miedo porque el feminismo para ellos no acaba de ser nada muy serio de lo que se tengan que preocupar personal o políticamente -para eso está la fratría masculina en última instancia- Por eso no te tratan nunca como a un adversario político al que puede que un día tengan que enfrentarse en una reunión importante o en un congreso…no. Nunca te ven como a un adversario peligroso capaz de encabezar una corriente, una acción política, capaz de disputarles un puesto de poder…nada de eso. No nos ven peligrosas, sino sólo molestas y como no pueden decirlo claramente el resultado es que te tratan como a una niña tonta.
A las feministas que lo somos y lo demostramos nos tratan en los partidos como si fuéramos niñas pequeñas y pesadas. Tu protestas airada pero razonadamente y ellos te miran sonrientes, te dan la razón como a los tontos, de citan en reuniones inútiles que ellos saben que son inútiles pero que tú te crees las dos primeras veces; te prometen cosas, te hablan bajito y muy despacio, como si no entendieras bien. No osan enfrentarse políticamente a ti y gritarte, como hacen cuando se discute algo político de calado. No, te hablan como armándose de una paciencia comprensiva, te dan largas, te dicen que sí, que mañana; que sí, que pasado mañana. Te ponen la mano encima del hombro y te dicen que hay mucho machismo, que hace falta tiempo. Y finalmente lo peor de todo: cuando ya no pueden aguantarte más y no saben qué excusa darte y cuando ya se han reunido contigo varias veces y ya no quieren reunirse más, entonces te enfrentan a otras mujeres del partido, al sector claramente antifeminista; eso que ellos no pueden permitirse ser ya de manera evidente porque está mal visto, pero que se permite cuando son mujeres la que lo encarnan.
Porque si son mujeres las que encarnan ese antifeminismo primario, ¿quién va a protestar? Las feministas únicamente y aun con reparos. Las mujeres antifemistas conectan con ese antifeminismo que está semioculto pero muy vivo en gran parte de la población masculina (y femenina) pero no tienen oposición, o no mucha. Como ya no se puede no tener mujeres porque está mal visto, pero como tampoco están dispuestos a aceptar de verdad, ni siquiera a escuchar, nuestro discurso político, lo que hacen es promocionar a unas cuantas mujeres cuya característica es que no son feministas, que son antifeministas, para que sean ellas las que nos mantengan a raya y para que les den a ellos la razón en todo. Entonces se produce la siguiente kafkiana situación patriarcal: Las mujeres antifeministas (que, digamos la verdad, no suelen ser las más listas) como sí son conscientes de la fragilidad de su situación, de que están donde están gracias a que no son feministas, se convierten en las más antifeministas de todos.
Ellas son también producto de una particular cuota, aunque sea una cuota oculta y perversa. Saben que disponen de un espacio limitado y que tienen un poder tasado, pero no más y suelen saber también que si el feminismo se institucionaliza en el partido, ellas se quedarán sin ese espacio y ese poder, porque no serán valoradas ya ni como mujer excusa (que es como yo las llamo) ni tampoco como mujer feminista. Eso las hace esforzarse particularmente en su trabajo, acabar en lo posible con el feminismo. Lo que he visto hacer a algunas mujeres antifeministas contra las feministas en mis últimos partidos me ha dejado sin palabras.
Y nosotras, las feministas, por nuestra parte, nos encontramos de nuevo ante una situación imposible pero muy querida por el patriarcado y tremendamente efectiva: al encontrarnos peleándonos entre mujeres, han conseguido sacar la discusión del ámbito de lo importante y ellos se han quitado de enmedio; al mismo tiempo nos han maniatado porque a la hora de denunciar la situación públicamente se nos hace duro denunciar a otras mujeres mientras que ellos parece que no tuvieran nada que ver. A ellos, los que se reunieron contigo, te hablaron, hicieron como que te escuchaban, ya no vuelves a verlos más que alguna vez por el pasillo, y entonces te miran, te dan un golpecito en la espalda, te sonríen y te dicen que no te desanimes, que es que todavía queda mucho machismo.
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