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LAS DOS ORILLAS
El juez y el nazareno
JOSÉ JOAQUÍN LEÓN | ACTUALIZADO 23.10.2011 - 01:00PUEDE que el juez Francisco Serrano se haya pasado más o menos en algunas de sus declaraciones, que se haya convertido en personaje polémico y políticamente incorrecto. Puede que el sambenito antifeminista no le beneficie. Pero el caso de su inhabilitación por prevaricación al alterar el régimen de visitas de un menor, pendiente de recurso, también debería ser matizado en claves sevillanas. Este caso del niño paje del Silencio, que se quedó con su padre para que saliera en la Madrugada y al que su madre quería recuperar en aplicación estricta de la legalidad, recuerda al niño bíblico de Salomón. Sólo que éste era más mayor y sin la espada para cortarlo por la mitad, eso sí.
Ha quedado claro que la madre tenía razón, en cuanto que le correspondía la devolución del menor, dentro del régimen compartido. Así las cosas, se debió tener más mano izquierda. Pero en todo esto hay un protagonista principal al que no se debe minimizar: el niño. Si quería salir de paje en el Silencio, lo razonable es que saliera. Ahí entra el punto cofrade de este asunto. Como yo soy nazareno del Silencio, como yo he llevado a un paje de la mano para salir en el Silencio en esa madrugada que sólo se vive una vez al año, como su madre lo vistió y lo peinó al modo de los pajes del Silencio, sé por experiencia lo mucho que eso significa. Para quien le guste y lo sienta, claro. No es lo mismo pasar la madrugada en las calles de Sevilla, junto a la Santa Cruz, o en otro lugar de esa cofradía, que durmiendo. Hay una enorme diferencia. Léase a Montesinos, por ejemplo.
Es cierto que en el Silencio no le dan comida a los pajes por la calle Francos, ni cosas así que he leído que preguntaron. Pero le dan una experiencia maravillosa, incomparable, que probablemente el niño no olvidará en el resto de sus días. Puede que el juez tuviera en cuenta algo de esto. Si lo tuvo, dio en la tecla de los sentimientos de un niño sevillano, aunque con las leyes en la mano no fuera lo legal. El problema viene cuando lo legal no es lo justo. Pues lo justo hubiera sido que un niño de 11 años decidiera por sí mismo si quería salir de paje o no, y esa opinión fuera la que prevaleciera. Un niño sabe lo que prefiere a cierta edad. Un niño no es una moneda de cambio.
En el fondo de todo esto, hay intransigencia, rencor, egoísmo y muy poco diálogo. Es un caso lamentable, se mire por donde se mire. Y con unas consecuencias que han alcanzado a un juez por darle prevalencia a lo justo sobre lo legal. Aún está por ver lo que ocurre al final, tras el recurso de casación presentado por Serrano. Pero las cofradías, al menos, deberían tener un gesto con este juez, que valoró lo que supone para la ilusión de un niño ser nazareno de Sevilla. A otros, por menos, les organizaron un homenaje.
Ha quedado claro que la madre tenía razón, en cuanto que le correspondía la devolución del menor, dentro del régimen compartido. Así las cosas, se debió tener más mano izquierda. Pero en todo esto hay un protagonista principal al que no se debe minimizar: el niño. Si quería salir de paje en el Silencio, lo razonable es que saliera. Ahí entra el punto cofrade de este asunto. Como yo soy nazareno del Silencio, como yo he llevado a un paje de la mano para salir en el Silencio en esa madrugada que sólo se vive una vez al año, como su madre lo vistió y lo peinó al modo de los pajes del Silencio, sé por experiencia lo mucho que eso significa. Para quien le guste y lo sienta, claro. No es lo mismo pasar la madrugada en las calles de Sevilla, junto a la Santa Cruz, o en otro lugar de esa cofradía, que durmiendo. Hay una enorme diferencia. Léase a Montesinos, por ejemplo.
Es cierto que en el Silencio no le dan comida a los pajes por la calle Francos, ni cosas así que he leído que preguntaron. Pero le dan una experiencia maravillosa, incomparable, que probablemente el niño no olvidará en el resto de sus días. Puede que el juez tuviera en cuenta algo de esto. Si lo tuvo, dio en la tecla de los sentimientos de un niño sevillano, aunque con las leyes en la mano no fuera lo legal. El problema viene cuando lo legal no es lo justo. Pues lo justo hubiera sido que un niño de 11 años decidiera por sí mismo si quería salir de paje o no, y esa opinión fuera la que prevaleciera. Un niño sabe lo que prefiere a cierta edad. Un niño no es una moneda de cambio.
En el fondo de todo esto, hay intransigencia, rencor, egoísmo y muy poco diálogo. Es un caso lamentable, se mire por donde se mire. Y con unas consecuencias que han alcanzado a un juez por darle prevalencia a lo justo sobre lo legal. Aún está por ver lo que ocurre al final, tras el recurso de casación presentado por Serrano. Pero las cofradías, al menos, deberían tener un gesto con este juez, que valoró lo que supone para la ilusión de un niño ser nazareno de Sevilla. A otros, por menos, les organizaron un homenaje.
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